lunes, 18 de enero de 2010

Ópera para niños

[16 de enero de 2010. Ópera para niños. Rossini, La Cenicienta. Albert Casals (Don Ramiro), Toni Marsol (Dandini), Jeroboam Domingo (Don Magnifico), Maia Planas (Clorinda), Laura Ortiz (Tisbe), Marta Valero (Angelina), María Casellas (Ratita), Olga Kharitonina, piano; Pau Santacana, fagot. Stanislav Angelov, dirección musical. Joan Font, dirección escénica. 19:00 horas. Lleno.]

El espectáculo consistió en una “reducción para niños” de La Cenicienta de Rossini: una adaptación en pequeño del montaje que hizo para el Liceo el propio Joan Font (Els Comediants) hace poco más de dos años. Aun simplificados con respecto a la producción original, la escenografía y el vestuario de Joan Guillén resultan atractivos…, aunque seguramente más para el imaginario de un mundo infantil evocado por los padres y abuelos que para la fantasía de los niños a quienes acompañaban el sábado llenando el Gran Teatro. La versión en español, la simplificación musical (se suprimen fragmentos, repeticiones, la orquesta se reduce a un fagot y un piano, etc.) y la adaptación de la trama están hechos con ingenio y profesionalidad. Pero si el objetivo es acercar la ópera a los pequeños, creo que éste se cumplió el sábado sólo de forma muy modesta; porque no suele seducir una ópera por el argumento o el deleite de los ojos, sino por la música. La mayoría de los aficionados recuerdan sus inicios como el hechizo de una melodía, la belleza de un timbre vocal, el alarde extremoso de una diva… Y en eso (en lo musical) el resultado fue más bien pobre: excesiva reducción instrumental y poca adecuación de las voces, con la excepción del eficaz Dandini.

Quien hace cualquier cosa dirigida al público infantil suele decir casi sin excepción que se trata de un público sumamente exigente. Es dificilísimo captar su atención porque está acostumbrado a los efectos especiales, la inmediatez del mensaje, los videojuegos, etc. Los niños no se portaron mal. Me pareció que por un día querían complacer a sus papás.

Antonio Torralba


[Publicado hoy en EL DÍA DE CÓRDOBA]

martes, 12 de enero de 2010

COBOS



VUELVE MUCHACHADA
Mañana

lunes, 11 de enero de 2010

Mi padre

Mi padre murió el viernes al amanecer. Vivió casi ochenta y ocho años; los últimos once, intentando sobrevivirse después de que un derrame cerebral muy fuerte lo dejara sin poder andar ni hablar, las dos facultades con las que le gustaba echar una mano a los demás; las dos armas con las que se defendía también.

Como muchos de los de su edad, era muy consciente de que se había librado de la muerte varias veces por chiripa. Y también quiso reponerse de esa enfermedad que le sobrevino en 1999. Hasta el final, bajo la máscara dura del deterioro y la enfermedad, se le veían muchas veces la sonrisa sincera con la que siempre recibía a quienes se acercaban a su sillón, la risa ingenua con la que solía perdonarse sus propias torpezas, la irritación que toda la vida le produjeron la mala voluntad, la hipocresía y la falta de sentido común.

Unos días agradeciendo y otros sufriendo las atenciones que a unos y otros se nos ocurrían para darle cariño y aliviarlo, también es cierto que a veces, como antes del derrame, quería decirnos que estábamos todos locos (de mí, sin ir más lejos, lo decía riendo y llevándose un dedo a la frente: “¡uf, cómo está éste!”) y que se iba a dar una vuelta. Pero, aunque lo intentaba con obstinación, no podía; ni una cosa, ni la otra: ni explicar brillantemente (“vamos por partes”), ni irse en el momento oportuno (“ahora vuelvo”). Y ésa es la tragedia a la que le tocó enfrentarse los últimos años, esos once que yo ahora recuerdo preguntándome a cada minuto si fueron una continuación de la vida que se inició en 1922, llena como todas de penas y glorias, u otra que malamente sobrevivió a la primera.